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El milagro económico cristiano del emperador Constantino

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Genaro Chic Garcia

<genarochic@yahoo.es>
9 de julio de 2011 09:23
 

El estado de bienestar de la población romana había decaído profundamente a raíz de la terrible crisis económica de fines del siglo II, que se arrastró largamente. En una situación como esa, disponer de ágiles instituciones de caridad [caritas en latín] era tan importante por lo menos como contar con un buen ejército. La ventaja es que ahora las masas confiaban más en la contabilidad del más allá [“Bienaventurados los pobres, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo, 5.3)] que en la del más acá, que veían inabordable. Por ello a los cristianos no sólo se les devolvieron por parte del emperador Constantino  los bienes incautados anteriormente, sino que se les entregó en muchas ocasiones indemnizaciones suplementarias, al tiempo que sus inmuebles quedaban exentos de pagar impuestos (así como luego sus acciones comerciales realizadas en beneficio de los pobres) y a las iglesias se les concedió el privilegio que ya tenían las corporaciones de recibir legados. El emperador y su familia se convertían en patronos oficiales de las asociaciones o iglesias cristianas y obraban en consecuencia. Los concilios religiosos de Arles (314) y Nicea (325) fueron convocados por el emperador. El mantenimiento de un sistema de control ideológico, separado del poder cívico-militar, iba a favorecer a la larga a la monarquía, de la que sin embargo se convertía en un contrapeso.

 

Constantino fue lo suficientemente hábil como para sortear la situación y activar en cierto modo el mercado de una manera que era desacostumbrada. La ingente cantidad de oro,  plata y piedras preciosas acumulada en los templos tradicionales romanos destruidos en Asia (llamados paganos por los cristianos) y puesta ahora en circulación (en forma de moneda en buena medida) provocó una locura generalizada y un deseo exagerado de gastar (De rebus bellicis, 3). La acuñación de monedas pequeñas de oro habría logrado que la profusa prodigalidad  (largitio) de Constantino hubiese convertido en nobles (clariores) las casas de los ricos (potentes) y oprimido a los pobres, pues este emperador sería el primer responsable de la asignación del oro a los intercambios, incluidos los artículos menores (vilia comercia). Sin desdeñar Roma, la construcción de la nueva capital, Constantinopolis (antes Bizancio), en un sitio estratégico económico y militar del Este, entre el mar Negro y el Mediterráneo, puso de manifiesto la magnificencia imperial y la privada. Residencia imperial y puesta bajo la protección del Dios cristiano, la ciudad fue dotada de instituciones y servicios de abastecimiento similares a los de la antigua capital, Roma. A partir de entonces el trigo de Egipto se destinó a ella, en tanto que el de África se envió a Roma. El emperador había expropiado no sólo los tesoros, sino también las tierras de los templos paganos afectados por su acción, y sabemos que además realizó una desamortización civil al desposeer a las ciudades de sus fincas y de sus inmuebles, o de las rentas procedentes de las mismas. La venta de una parte considerable de las tierras expropiadas haría circular el oro creando la euforia mercantil antes señalada, que debió afectar incluso a los géneros alimenticios annonarios, gratuitos para la plebe (García Vargas, 2007). La salida al mercado de la mercancía ponía así límite al proceso inflacionario que se hubiese podido desatar ante la pérdida relativa del valor de la moneda muy abundante. Se entiende que esto debió beneficiar no sólo a los más ricos sino también a grupos relativamente más bajos de la aristocracia que accedieron con ello al orden senatorial o clarisimado (Banaji, 2001). El caso es que ésta parece ser  la línea seguida en el reclutamiento de la curia de la nueva ciudad de Constantinopla; y seguramente también en el reclutamiento de los armadores (navicularii) que debían servir a la nueva ciudad debió ser un proceso paralelo a la redistribución de las tierras municipales expropiadas, algunas de ellas asignadas a la functio navicularia, o sea que se convirtieron en tierras exentas de impuestos a cambio de que su dueño sirviese con sus barcos al abastecimiento estatal.

 

Durante el siglo IV la acumulación de riqueza en manos de la nobleza estatal, pero también de la Iglesia, se fue haciendo muy grande. Las residencias aristocráticas eran impresionantes. Una frase del escritor Olimpiodoro nos puede servir de orientación: “Cada una de las grandes casas de Roma contenía en su seno todo lo que podía tener en su seno una ciudad de mediana importancia: un hipódromo, foros, templos, fuentes, varios baños. Una sola casa era una ciudad”. Las rentas de sus fincas, a veces de muchos kilómetros cuadrados, podían llegar a las 4.000 libras de oro anuales (1.300 kg), aunque eran más normales las que “sólo” recibían de 1.000 a 1.500. Para resguardarlas y proteger sus joyas los nobles poseían en el foro de Trajano en Roma de cajas de seguridad que nos recuerdan, a niveles magnificados, las antiguas bancas de depósito. Cuando se desplazaban desde la lujosa domus urbana a los campos les acompañaba una enorme masa de guardias privados y sirvientes que levantaban una gran batahola. Normalmente sólo visitaban una vez al año las fincas más próximas, donde llevaban una vida que no desmerecía de la que llevaban en la ciudad. En esos fundi y massae, gestionados a través de agentes (actores), la casa del señor iba de acuerdo con su rango. Una, cuyos restos han sido encontrados en Montmaurin (Francia) cubría una superficie de 18 ha, contaba con 200 habitaciones y era el centro de una finca de unas 500 ha. Para dar sensación de seguridad y prestigio, cuando era necesario, a veces se rodeaban de murallas elevadas y altivas torres, a la manera de los pyrgoi helenísticos pero sobredimensionados (burgus). Millares de colonos, libres y esclavos, y de servidores domésticos trabajaban en esas explotaciones a su servicio; acomodados por regla general a su situación, hasta el punto de que conocemos algún caso de revuelta cuando tuvieron noticias de que la finca iba a ser vendida a nuevos amos de comportamiento desconocido. El poder de estas personas, hombres y mujeres formados en la cultura clásica, era enorme y, ante la decadencia de poder de las ciudades vecinas, las villae se iban convirtiendo en centros administrativos y económicos bastante autónomos, como antaño lo eran los saltus o fincas de monte. Además ese poder se extendía con frecuencia por distintas regiones y provincias. Sabemos que el matrimonio de Valerio Piniano y Valeria Melania, cristianos, tenía propiedades en Italia, Sicilia, Hispania, Africa, Mauritania, Britania y Numidia (Chastagnol, 2004). Es fácil comprender el poder clientelar generado por una posición tan encumbrada y la intrincada red de intercambios, basados tanto en el don como en los circuitos internos de mercado, que se podían derivar del mantenimiento de este tipo de estructuras.

 

            G. Chic García, El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad, Tres Cantos, 2009, pp. 486-489.

 

            Como se ve, una desamortización marcó el comienzo del poder del cristianismo; como una desamortización marcó también el del liberalismo. El saqueo de lo acumulado siempre suscitó simpatías al activar la circulación de los bienes. Que se lo pregunten a Enrique VIII de Inglaterra, por ejemplo.

Saludos   

 

Genaro Chic García

http://www.genarochic.tk


Foro: http://prestigiovsmercado.foroes.org/forum.htm


Tfno. 954 62 58 88
          669 41 51 74


¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)

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